En general no soy amante de los buenos olores. Ahora mismo no logro recordar un olor perfumado de alguna mujer. No me gustan esos olores. O no me interesan. En cambio, jamás se me olvida el olor a mierda fresca de un muchacho mordido por los tiburones en el golfo de México. Era pescador de atunes. Iba haciendo su faena en la popa del barco,sacando uno a uno los espléndidos peces plateados. Cayó al agua. Tres tiburones enormes nadaban con la mancha de bonitos. De dos mordiscos le destrozaron las tripas y le arrancaron una pierna. Lo izamos muy rápido, aún con vida, y con los ojos desorbitados de espanto porque todo sucedió en menos de un minuto. Y murió enseguida, desangrado, sin poder hablar y sin comprender qué le había sucedido. Durante meses fuimos compañeros en aquella popa, pero no puedo recordar su cara ni su nombre. Sólo recuerdo nítidamente la peste a mierda de aquel muchacho, con el abdomen desgarrado y las tripas botando excrementos sobre la cubierta del barco.
Hay otros olores terribles en mi vida, pero no quiero hablar más de eso. Ya está bien.
Pedro Juan Gutiérrez, Trilogía sucia de La Habana.