dissabte, 14 de febrer del 2015

Der Mensch liebt die Freiheit nicht

Der Mensch liebt die Freiheit nicht, alles andere ist Lüge, er kann mit der Freiheit nichts anfangen, kaum ist er frei, beschäftigt er sich mit dem Öffnen von Kleider- und Wäschekommoden, mit dem Ordnen von alten Papieren, sucht er Fotografien, Dokumente, Briefe, geht er in den Garten und gräbt um oder läuft vollkommen sinn- und zwecklos in irgendeine Richtung, gleich, wie das Wetter ist, und nennt es Spaziergang. Und wo Kinder sind, werden die zu dem berühmten Totschlagen der Zeit herangezogen und gereizt und verprügelt und geohrfeigt, damit sie das Chaos erzeugen, das in Wahrheit die Rettung ist.
[...]
Der Samstag ist immer der Selbstmordtag gewesen, und wer jemals längere Zeit auf die Gerichte gegangen ist, weiß, daß achzig Prozent der Ermordeten am Samstag umgebracht worden sind.

Thomas Bernhard, Der Keller.


[Traducción rápida:
El hombre no quiere la libertad, todo lo demás es mentira, con la libertad no puede empezar nada, en el momento que es libre ocupa su tiempo abriendo armarios, la cómoda de la ropa, ordenando papeles viejos; busca fotografías, documentos, cartas, faena en el jardín o se va a andar sin camino aparente, según el clima, y a eso le llama 'pasear'. Y si hablamos de los niños, estos han de hacer aquello tan repetido de 'matar el tiempo', con tensión y peleas y golpes, para generar de esta manera el caos, que en verdad es la salvación.
El sábado siempre ha sido el día del suicido, y quien ha pasado mucho tiempo en los juzgados sabe que el 80% de los asesinatos se cometen en sábado".]

diumenge, 8 de febrer del 2015

Salon Arias

Aunque los franceses purgaban a los toros para debilitarlos antes de las corridas y además les desafilaban los cuernos, aquellas tardes en Arlés eran para los exiliados españoles como volver por unas horas a la patria (una tarde en que un torero francés no lograba hace reaccionar a un toro, Picasso le gritó desde las gradas: “¡Háblale en español, que no te entiende!”). El cartel “Hoy toros, con la presencia de Picasso” se convertiría en un clásico durante las dos décadas siguientes. El vínculo entre el pintor y su peluquero, también: Arias afeitó dos veces por semana (y le cortó el pelo una vez al mes) a Picasso durante los veintiséis años siguientes. Al principio, era Picasso el que iba al Salon Arias, pero como los vallaurinos siempre le cedían el turno y se quedaban mirándolo mudos y boquiabiertos, Arias sugirió ir él hasta La Galloise, la casa de Picasso. Al poco tiempo de ir les regaló, a Picasso y a la Gilot, un sillón, porque según él no había ninguna silla de altura decente en La Galloise. Picasso, a su vez, le regaló un Renault Dauphine abandonado (su hijo Paulo lo había dejado allí, en una de sus tempestuosas visitas), para que Arias no tuviera que hacer caminando los tres kilómetros desde Vallauris hasta La Galloise.
Las raras veces que Picasso se perdía las corridas de toros de Arlés, Arias le traía de trofeo varios pares de cojones de toro, y los freían y los comían juntos. Arias tenía cojones de acero (con un tiro en el pulmón siguió peleando para los republicanos hasta el final, y cuando empezó la Segunda Guerra se enroló en las filas francesas, y cuando Pétain se rindió quiso enrolarse en la Legión Extranjera, pero no lo aceptaron, por aquella herida en el pulmón). Arias le hacía frente al mismísimo Dominguín. Un día el madrileño le dijo: “Los castizos somos mejores contadores de historias que los paletos”. Arias le contestó: “Vosotros bebéis el agua con la que yo me he lavado los cojones” (en Buitrago nace el río Lozoya, que llega hasta Madrid).
Con Arias era imposible quedarse con la última palabra. El párroco de Vallauris se cortaba el pelo en el Salon Arias y un día le dijo que no lo veía nunca por la iglesia. “Es que yo odio escuchar a alguien que no me deja contradecirlo”, contestó Arias, que se jactaba de ser “mucho más ateo” que Picasso. Jorge Semprún escribió: “Durante los años ’50 y ’60 quien quería ver a Picasso tenía que visitar primero el Salon Arias”. Cuando Semprún, Carrillo y otros comunistas españoles entraban clandestinos en España, Arias les hacía un peluca para que nadie los reconociera.
Juan Forn, Página 12, Arias a secas, republicano español.

dilluns, 2 de febrer del 2015

La pala del enterrador

José Zamora Méndez es un hombre sencillo. De lunes a viernes, en horario de mañana y tarde, trabaja en el Panteón Municipal de Apaztingán. Y también, cuando hay demanda, los fines de semana. Por quincena le pagan 3.302 pesos (192 euros). Es muy poco, sobre todo si se tiene en cuenta que maneja el instrumento más preciso para medir la muerte en Tierra Caliente: la pala del enterrador. Con ella en la mano, sentencia que pocas cosas han cambiado en esta azotada región del sur del México. A los pobres se les sigue enterrando en montículos de tierra bajo una cruz de madera, y a los “demasiado ricos”, como dice Zamora, en rosados panteones de inspiración dórica, equipados con aljibes, placa solar, aire acondicionado y hasta asadores para celebrar al fallecido. Un universo abigarrado que el sepulturero contempla sin ningún entusiasmo. “A mí que me entierren en tierra, uno se consume rápidamente y se puede marchar mucho antes de aquí”.

Jan Martínez Ahrens, El País, No hay paz para Tierra Caliente.