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Inmediatamente algunas voces débiles, inarticuladas como la mía, respondieron en la oscuridad. Vi entonces, aquí y allá, algunas manchas negras tendidas en el suelo, muy próximas a mí, y mirando con atención pude observar otras más lejanas, aún más distantes, hasta casi hacerse invisibles. Eran los moribundos y los muertos. Y entonces, como si hubiera dado la señal de los lamentos, de toda la llanura me llegaron estertores, sollozos y suspiros...
Éramos quizá dos mil los que esperábamos que vinieran a socorrernos o a enterrarnos. Una desesperación desmedida se apoderó de mi.
Pienso, Señor, que hay que pasar por eso para atreverse a hablar de la miseria de este mundo. Esto sin embargo, como verá, es sólo el comienzo.
Léon Bloy, Cuentos de guerra (Sueur du sang).
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