dilluns, 27 d’abril del 2015

De óvulo a óvulo

Haciendo un breve recuento de las personas, hombres o mujeres, con las que nos gustaría reproducirnos, el saldo fue con más mujeres que hombres. Y este hecho era casi circunstancial, porque en realidad lo que nos atraía era la idea de tener un bebé con alguien, hombre o mujer, de confianza, una persona con una psique afín, inclusiva, alguien con quien compartiéramos amistad y un amor puro, alguien que no acabara decepcionándonos. Ese alguien, sin embargo, siempre era una mujer.
La ciencia reproductiva me fascina e intriga y aún más cuando se pone delirante y bordea los límites de lo ético. En teoría se podría fertilizar un óvulo con una célula procedente de un cuerpo femenino. Aunque todavía solo se haya probado con ratoncitos, y sin muchos resultados, si los científicos en lugar de seguir investigando en tratamientos contra la calvicie, como dice mi amiga Elisa, se pusieran a trabajar en esto, tarde o temprano dos mujeres podrían engendrar. Y, atención, tendría que ser una niña, porque nosotras no tenemos la información genética para obtener un niño. Parece un chiste misándrico, pero la fertilización de óvulos sin espermatozoide no es ninguna quimera. Es, en cambio, de varias formas, la muy plausible última frontera. Eso que faltaba por arrebatarle a la naturaleza. La liberación del hombre de su deber exclusivo de fecundador y la vía despejada para una hipotética refundación de la humanidad de óvulo a óvulo. Suena monstruoso pero justo.

Gabriela Wiener, Llamada perdida.

dimarts, 14 d’abril del 2015

Construcciones imaginarias

Jacques-Alain Miller, psicoanalista francés, pronunciaba hace poco una "declaración de igualdad clínica fundamental entre los seres hablantes". Durante décadas, la psiquiatría fue ampliando la gama de enfermedades, hasta tal punto que uno de los responsables del sistema diagnóstico [de trastornos mentales] DSM, Allen Frances, hacía recientemente sonar la alarma, reivindicando el retorno de la idea de la normalidad.
Para el psicoanálisis, desde Freud, la normalidad como tal no existe, es una pérdida de tiempo reivindicarla. Pero Jacques Lacan radicalizó este pensamiento al decir que, al fin y al cabo, todos estamos locos, todos deliramos de un forma u otra -lo cual no quiere decir que todos los delirios sean iguales, ni que todos ellos constituyan una construcción sostenible, cosa que más allá de las categorías clínicas solo se puede juzgar caso por caso.
Pero no solo la locura es patrimonio de la humanidad. Miller, actualizando otro planteamiento de Lacan, planteaba que la debilidad mental también lo es. Y añadía que estamos todos condenados a la debilidad mental por lo mental mismo. Vivimos en gran medida entre construcciones imaginarias que tocan muy poco lo real. Cultivamos un mundo de sentido a rebosar, a veces demasiado, desarrollamos un culto por nuestro cuerpo narcisista. Nada de eso es tan inteligente y en realidad se basa en una tenaz pasión por la ignorancia. Pasión que, en otro orden de cosas, nos convierte en el tipo de ciudadano ideal para el sistema presente: el consumista. Que un adolescente pase cuarenta y ocho horas en la calle para comprarse el iPhone 6 no se considera un trastorno grave, lo convierte en el héroe del momento.


Enric Berenguer, Tengo síndrome de Down... ¿y qué?