divendres, 30 de juliol del 2021

Desorden privado

Reconocía Valentí Puig que su estancia en Londres, a principios de los noventa, le había convertido en algo más euroescéptico. Y explicitaba un razonado conservadurismo: "Soy conservador porque no quiero que se pierdan las viejas recetas de cocina, las lecciones de la historia, la legitimidad de la propiedad privada, la memoria de nuestros antepasados, las convenciones del trato social, el respeto a la ley, la noción de autoridad, la lavadora automática, los viejos placeres de la civilización, las ideas de rigor y esfuerzo". En otro pasaje completaba la lista de argumentos:

"Creo en la necesidad rigurosa de orden público, precisamente porque creo que tenemos derecho al desorden privado, como una expansión de los espacios de vida privada, disfrutando de la propiedad gran consecuencia de la libertad ante el colectivismo coercitivo. Soy conservador porque creo que la razón es falible y la tradición no es inútil. Entre lo racional y lo razonable, el pasado nos convierte en herederos de un empirismo que permite oponernos a las religiones políticas. Germen de abstracciones ideológicas, el romanticismo político es una patología, con Hitler en estado terminal. No resulta necesario haber vivido demasiado para suponer que la culpa casi siempre la tiene Rousseau. Desde la finitud y la imperfección del hombre, los conservadores viven sin mala consciencia su compromiso con la preservación de la ley y el orden, el horror a las utopías y el respeto por las fragilidades de la civilización. Definitivamente, soy conservador porque creo en la memoria".


Jordi Canal, 25 julio 1992. La vuelta al mundo de España.

dilluns, 12 de juliol del 2021

El lenguaje de los escritores

Por encima de la sociedad real, cuya constitución aún era tradicional, confusa e irregular, diversas y contradictorias sus leyes, separados sus rangos, fijas las condiciones y desiguales las cargas, se iba así poco a poco edificando una sociedad imaginaria, en la que todo parecía simple y coordinado, uniforme, equitativo y conforme a la razón.

La imaginación de la muchedumbre fue desertando gradualmente de la primera para trasladarse a la segunda. Se desinteresó de lo que era para pensar en lo que podía ser, y vivió finalmente con el espíritu en esa ciudad ideal construida por los escritores.

[...]

Cuando se estudia la historia de nuestra Revolución, se ve que fue conducida precisamente con el mismo espíritu que ha hecho escribir tantos libros abstractos sobre el gobierno. Idéntica atracción por las teorías generales, los sistemas completos de legislación y la exacta simetría en las leyes; idéntico desprecio por los hechos reales; idéntica confianza en la teoría; idéntica afición por lo original, lo ingenioso y lo nuevo en las instituciones; idéntico deseo de rehacer de una vez la entera organización estatal según las reglas de la lógica y según un plan único, en lugar de intentar reformar sus partes. ¡Terrible espectáculo!, pues lo que es virtud en el escritor es a veces vicio en el hombre de Estado, y las mismas cosas que a menudo dan lugar a hermosos libros pueden conducir a grandes revoluciones.

También el lenguaje político tomó algo del hablado por los escritores; se llenó de expresiones generales, de términos abstractos, de palabras ambiciosas, de giros literarios. Dicho estilo, favorecido por las pasiones políticas que lo utilizaban, penetró en todas las clases, y descendió con singular facilidad hasta las más bajas. Mucho antes de la Revolución, los edictos del Rey Luis XVI hablan a menudo de la ley natural y de los derechos del hombre. Hallo campesinos que, en sus peticiones, llaman a sus vecinos conciudadanos; al intendente, respetable magistrado; al cura de la parroquia, ministro de los altares, y al buen Dios, el Ser Supremo; les falta solo saber ortografía para convertirse en pésimos escritores.

[...]

No siempre que se va de mal en peor se llega a una revolución. Sucede con más frecuencia que un pueblo que había soportado sin quejarse, y como sin sentirlas, las leyes más vejatorias, las rechace violentamente en cuanto el peso se aligera. El régimen que una revolución destruye es casi siempre mejor que el que la había precedido inmediatamente, y la experiencia enseña que el momento más peligroso para un mal gobierno es siempre aquel en que empieza a reformarse.


Alexis de Tocqueville, El antiguo Régimen y la Revolución.