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dilluns, 27 d’abril del 2009

Exterminio de Cartago

(Sesenta años tras la batalla de Cannas)

"La tercera y última guerra púnica fue querida por Catón el Censor y provocada por Masinisa. Ninguno de los dos estaba destinado a ver el fin de ella.
Masinisa fue uno de los más extraños personajes de la Antigüedad. Vivió hasta los noventa años, tuvo el último hijo a los ochenta y seis, y a los ochenta y ocho galopaba todavía al frente de sus tropas. Después de [la batalla de] Zama, había recuperado el trono de Numidia y, dado que Cartago se había comprometido con Roma a no hacer más guerras, no se cansaba de hostigarla con incursiones y rapiñas. Cartago protestaba, y Roma la hacía callar. Mas cuando hubo pagado la última de las cincuenta indemnizaciones que debía anualmente a la Urbe, se reveló ante aquellos abusos y atacó a Masinisa.
En Roma, mandaba, entonces, el partido de Catón. Éste terminaba siempre sus discursos, cualquiera que fuese el tema, con el habitual estribillo: "en cuanto al resto, creo que Cartago ha de ser destruida". El Senado, ayudado por él, vio en el incidente una buena ocasión, y no soló intimidó a los cartagineses a no tomar iniciativas, sino que exigió trescientos niños de familia noble para retenerlos como rehenes. Los niños fueron entregados entre los lamentos de las madres, algunas de las cuales se lanzaron a nado detrás de las naves que se los llevaban, pereciendo ahogadas. A poco, visto que la provocación no había bastado, los romanos pidieron la entrega de todas las armas, de toda la flota y de gran parte del trigo. Cuando también estas peticiones fueron aceptadas, el Senado exigió que toda la población se retirase a diez millas de la ciudad, que debía ser arrasada. Los embajadores cartagineses objetaron en vano que la Historia no había visto jamás semejante atrocidad y se echaron al suelo mesándose los cabellos y ofreciendo a cambio sus vidas.

No había nada que hacer. Roma quería la guerra y tenía que la guerra a toda costa.
Cuando estas cosas se supieron en Cartago, la muchedumbre enfurecida linchó a los dirigentes que habían entregado a los niños, a los embajadores, a los ministros y a todos los italianos que encontraron a mano. Después, enfurecidos y llenos de odio, llamaron a las armas a todos los hombres, incluidos los esclavos, convirtieron a cada casa en un fortín y en dos meses fabricaron ocho mil escudos, dieciocho mil espadas y treinta mil lanzas y construyeron ciento veinte naves.
El asedio, por tierra y por mar, duró tres años. Escipión Emiliano, hijo adoptivo del hijo del vencedor de Zama, alcanzó una incierta gloria, expugnando por fin la ciudad, donde durante seis días más, calle por calle, casa por casa, se siguió combatiendo. Hostigado por los francotiradores, que combatían desde tejados y ventanas, Escipión destruyó todos los edificios.
Los que por fin se rindieron fueron solamente cincuenta y cinco mil de los quinientos mil habitantes de Cartago.
[...]

Escipión pidió al Senado permiso para poner fin a aquella carnicería. Le fue contestado que no sólo Cartago, sino todas sus dependencias debían ser destruidas. La ciudad siguió ardiendo durante diecisiete días. Los pocos supervivientes fueron vendidos como esclavos. Y su territorio fue a partir de entonces una "provincia" designada con el nombre genérico de África."

Indro Montanelli, Historia de Roma.

divendres, 24 d’abril del 2009

Gloria de Cartago

"Varrón era plebeyo, mejor patriota que general, y quería lo que sus electores querían: un éxito inmediato. Hablando en nombre del orgullo y del nacionalismo, tuvo, como de costumbre, razón. Y condujo sus ochenta mil elefantes y seis mil jinetes contra Aníbal que, pese a contar tan sólo con veinte mil veteranos, quince mil dudosos y diez mil jinetes, exhaló un suspiro de alivio. El temía solamente a Fabio Máximo.
La batalla, que fue la más gigantesca de la Antigüedad, tuvo lugar en Cannas, a orillas del Ofanto. Barca, como de costumbre, atrajo al enemigo a un terreno llano, adecuado para la acción de la caballería. Luego puso sus fuerzas en línea, colocando en el centro a los galos, pues estaba seguro de que éstos cederían. Así lo hicieron, en efecto. Varrón se introdujo en la brecha y las alas de Aníbal se cerraron sobre él. Emilio Paulo, que no había querido el encuentro, combatió valerosamente y cayó con otros cuarenta mil romanos, entre ellos ochenta senadores. Varrón logró salvarse en compañía de Escipión, que ya había salido bien librado en el Tesino, escapó a Chiusi y de allí volvió a Roma.
El pueblo le aguardaba, enlutado, a las puertas de la ciudad. Cuando le vieron aparecer, fueron todos a su encuentro, con los magistrados en cabeza, y le dieron las gracias por no haber dudado de la patria.
Así respondió la Urbe a la catástrofe.

Según los entendidos, Cannas permanece, en la historia de la estrategia, como un ejemplo jamás superado. Aníbal, único capitán que fue capaz de derrotar a los romanos cuatro veces consecutivas, perdió en ella solamente seis mil hombres, de los cuales cuatro mil eran galos. Pero perdió también el secreto de su triunfo, que finalmente, el enemigo comprendió: la superioridad de su caballería."