dijous, 9 de setembre del 2010

Transfusiones masivas del alma

Estos son nuestros hombres, tenemos muchos de estos fatalistas sin fantasía, encasillados en su secreta desesperación, a cal y canto cerrados, enmurados. Pero recuerdo que antes del accidente me crucé con Hugo y Lidia en la calle y mientras ella y yo intercambiábamos corteses naderías sin imaginar la terrible desgracia que les iba a buscar aquella misma tarde, que ya había salido del garaje y se acercaba veloz y chirriante en las curvas, saltándose luces rojas, tenemos que vernos más a menudo, la semana que viene nos llamamos sin falta y quedamos a cenar, mientras acordábamos celebrar otra de esas veladas aburridas a las que sigo asistiendo por lealtad al pasado, para no aceptar que ya no tenemos nada que ver el uno con el otro, que por el camino nos prdimos y ya no nos volveremos a ver (yo niego esa idea: ceno), me pareció ver en los ojos de él, que se mantenía, como siempre, medio paso por detrás de su mujer, protegiéndola, guardándole la espalda y a la vez evitándola, me pareció ver, digo una llamada de socorro, una tenue, urgente llamada inmediatamente interceptada, autocancelada.

La cena se pospuso; la celebramos Hugo, Lidia, mi mujer y yo en pleno agosto, en un sonriente nerviosismo general. Hugo se había dejado crecer patillas y un bigote desparejo, y aquella noche no llevaba ni corbata ni polo bien abotonado, sino una camisa verde manzana, una increíble camisa calada que le transparentaba el pecho.

HUGO: Sírvenos la sopa de una jodida vez, Lili, que nos van a dar las doce.
LIDIA: Ay Hugo, por favor, qué manera de hablar. Ya podrías hacer un esfuerzo.
HUGO: Vale (se ríe). Tienes razón, cariño (pausa). Pero sirve el meado de una jodida puta vez.
(Bajo la mirada angustiada de Lidia, Hugo inclina la cabeza hasta rozar el plato y sorbe ruidoso, a cucharadas ávidas, volcando la mitad, como un chino comiendo arroz.)

LIDIA: Antes no le gustaba la sopa.
HUGO: (masculla) Antes me gustabas tú.
LIDIA: ¿Qué? ¿Qué murmuras, Hugo? (con pánico.) ¿Qué ha dicho, Ignacio?
IGNACIO: No sé.
LIDIA: ¿Qué ha dicho? ¿Qué ha dicho?
IGNACIO: No he oído.
HUGO: Nada, no he dicho nada. Me preguntaba si alguna vez...
LIDIA: ¿Si alguna vez...?
HUGO: Nada... (risas). Pásame la sal.

(Las mujeres se levantan para recoger los platos y hacer café).

HUGO (a Ignacio, aparte): La tuya sí que está buena. En cambio la mía mira cómo anda balanceando el tripón, parece un pato borracho. Cuando rompa aguas sálvese quien pueda. La inundación (ríe). La otra noche soñé que estaba casado con ella, figúrate la pesadilla. ¡Y cuando desperté resultó que estaba casado con ella!

Ignacio Vidal-Folch, Amigos que no he vuelto a ver.